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Las religiones y otras creencias

EL SUFRIMIENTO Y LAS RELIGIONES

El problema del sufrimiento ha sido tratado por las grandes religiones, pero no tiene el mismo peso para todas y las diferencias se acentúan cuando se comparan las soluciones que cada una ofrece a este tema de gran trascendencia para los creyentes. Veamos lo que al respecto profesan las religiones transpersonalistas y personalistas: Las religiones transpersonalistas

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¿QUÉ ES UNA SECTA?

Julio de la Vega-Hazas define secta como “un grupo autónomo estructurado sobre un sucedáneo de religión que tiene su origen en la doctrina de un visionario” (2001). En esta definición caben las sectas religiosas, las de tipo político y las que hoy tienen tanto auge: las del potencial humano.

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JUDAÍSMO

Los judíos son los hermanos mayores de los cristianos porque Dios los amó en primer lugar y les habló primero a ellos. El hecho de que Jesucristo, como hombre, sea un judío, nos une. Pero que la Iglesia Católica reconozca en Él al Hijo de Dios vivo, nos separa.

 

Estamos unidos en la espera definitiva del Mesías… La fe judía es la raíz de nuestra fe. La Sagrada Escritura de los judíos (Tanaj), que nosotros llamamos Antiguo Testamento, es la primera parte de nuestra Sagrada Escritura. La visión judeocristiana del hombre, cuya ética está marcada por los Diez Mandamientos, es el fundamento de las democracias occidentales, según la respuesta a la pregunta 135 del Catecismo Juvenil de la Iglesia Católica YOUCAT (Conferencia Episcopal, 2015).

 

 

Referencias

 

Conferencia Episcopal de Austria (2015). YOUCAT, Catecismo Juvenil de la Iglesia Católica [12ª ed.]. Austria: Autor.

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Las religiones y otras creencias

JESUS Y PÉSAJ

La Mishná dice que por motivos graves un judío puede adelantar la cena del Pésaj o la Pascua Judía. Es lo que hizo Yeshúa o Jesús: adelantar la cena y crear la Eucaristía.

 

Rabí Yeshúa fue crucificado y murió exactamente el día viernes 14 de Nisán, a las 3:00 p.m., cerca de la hora en que se comenzaban a sacrificar a los corderos, tanto en el templo como en las casas para tenerlos listos para el Séder del Pésaj.


Siguió el Séder y tomó la primera y la segunda copa. Después tomó un matzá (pan sin levadura), que se llama afikomán, sobre el que pronunció una berajá y lo partió siguiendo el ritual y después dijo: “Esto es mi cuerpo”. El afikomán es un pan que se pone en medio de otros dos y cuando se parte se esconde la mitad más grande. A quien la encuentra se le da un premio. Yeshúa estaba diciendo entonces: “Este afikomán es mi cuerpo”. Los cristianos creen en la resurrección de Yeshúa y por eso lo consideran Hamashiaj (el Mesías). En los evangelios se dice que sus discípulos fueron a buscar su cuerpo —después de la crucifixión y del Pésaj— para embalsamarlo y no lo encontraron, pero al poco tiempo se les apareció, es decir, ¡encuentran el afikomán que Yeshúa había identificado con su propio cuerpo!

 

Después tomó una copa —probablemente la tercera copa del Séder que se llama la copa de la redención—, pronuncia la berajá, la pasó a sus amigos y les dijo: “Esta copa es mi sangre, sangre de Brit Hadashá (la nueva alianza) que será derramada por muchos para perdón de sus pecados”. No tomó la cuarta copa, sino que interrumpió abruptamente la cena (al iniciar la cena había dicho: “No volveré a beber el fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios”). Juan nos dice en su evangelio que Jesús pidió de beber mientras estaba crucificado y le dieron una mezcla de vino y hiel, entonces dijo: “Todo está cumplido”, es decir, “Aquí he terminado la cena del Pésaj”.

 

El concepto hebreo zikarón también le pudo haber servido a Yeshúa para darse a entender cuando dijo: “Esto es mi cuerpo, esto es mi sangre… hagan esto en memorial (zikarón) mío”. Zikarón, para el judaísmo, no sólo es un recuerdo, sino una actualización, no sólo es recordar sino volver a vivir. Yeshúa estaría diciendo entonces: “Cada vez que se reúnan para celebrar la Eucaristía, están haciendo un zikarón de mi persona”.


Como afirma acertadamente el sitio web judío Acción por Israel:

 

La Santa Misa de la Iglesia católica es el ritual en que se ofrece el sacramento eucarístico, instituido por Jesucristo durante la celebración de su último Pésaj. Ello explica el hecho de que en la Misa estén presentes los mismos elementos que en la Pascua judía: el pan ácimo y el vino. La hostia tiene su origen indudable en la matzá. Acercándonos a un ambiente de diálogo interreligioso, podríamos considerar a la Misa como el Pésaj diario de los cristianos. (Kanievsky, 2013).

 

 

Referencias

 

Kanievsky, A. (2013). Pésaj y la institución de la Eucaristía (en línea). Sitio web Paseando por Israel. Disponible en http://paseandoporisrael.blogspot.com/2013/03/pesaj-y-la-institucion-de-la-eucaristia.html

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La ciencia y la fe

CIENCIA Y FE

Algunas personas opinan que para tener una mentalidad científica hay que rechazar la fe, en tanto que otras suponen que para encender el interruptor de la fe hay que apagar el de la razón. Muchos científicos opinan que se puede ser científico y creyente al mismo tiempo. He aquí un muestrario de algunas proposiciones que se han dicho sobre las relaciones entre la fe y la ciencia.


La ciencia sólo puede hablar de cómo actúa la materia. No puede decir nada de teología, de ética, de arte, de derechos y deberes, de relaciones humanas. No puede hablar de lo que no puede comprobar con un experimento. Ni siquiera puede decir por qué existe el universo ni si éste y la vida humana tienen sentido. Por su parte, la fe no dice nada de cómo actúa la materia ni de si el universo es o fue caliente o frío; sólo habla del plan de Dios para nosotros. Por eso, es imposible el conflicto si cada modo de conocer se mantiene en su campo y su metodología. Muchos científicos han sido y son creyentes. Yo hice mi tesis doctoral con el Dr. Cowan, descubridor del neutrino (con Reines), hombre sinceramente católico y practicante. Si quieren saber lo que la Iglesia enseña al respecto, lean la encíclica Fe y razón de Juan Pablo II. Ciencia y fe no se oponen, se complementan. 

 

  • Manuel Carreira S.J. Doctor en física, filósofo y teólogo, miembro del Observatorio Astronómico del Vaticano, profesor de la Carroll University, de Cleveland, Estados Unidos de América, y de la Universidad de Comillas, España.

 

En esta era moderna, de cosmología, evolución y genoma humano, ¿existe aún la posibilidad de encontrar una armonía plenamente satisfactoria entre las concepciones científica y espiritual del mundo? Yo respondo con un sonoro: ¡sí! En mi opinión no existe ningún conflicto entre ser un científico riguroso y una persona que cree en un Dios que tiene interés particular en cada uno de nosotros. El dominio de la ciencia es explorar la naturaleza. El dominio de Dios es el mundo espiritual, un reino que no se puede explorar con las herramientas y el lenguaje de la ciencia. Se debe examinar con el corazón, la mente y el alma —y la mente debe encontrar un modo de abrazar ambos reinos—. (Collins, 2009).

 

  • Francis S. Collins. Médico genetista, dirigió el Instituto Nacional del Genoma Humano, es pionero de las investigaciones sobre el mapa genómico.

 

En resumen: no hay razones para entrar en conflicto entre tener fe y creer en lo que dice la ciencia.

 

 

Referencias

 

Collins, F. S. (2009). ¿Cómo habla Dios? La evidencia científica de la fe [5ª ed.]. Madrid, España: Temas de Hoy.

 

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La ciencia y la fe

NI ESCÉPTICO, NI CRÉDULO… 7 RASGOS DE LA FE.

A todos nos gustan las relaciones: de pareja, de amigos, de familia, etc. En las relaciones humanas damos pasos de fe todo el tiempo: creemos en lo que nos dicen las personas a las que amamos y actuamos con base en eso, por ejemplo, si un amigo muy querido nos dice que visitó una ciudad que no conocemos y nos cuenta con emoción todos los detalles, nuestra primera reacción es creerle sin necesidad de que nos muestre evidencias, nos basta el cariño. Por otro lado, cuando una relación es débil o está rota es muy difícil confiar en alguien.

 

Vivimos en una época en la que hay una tremenda crisis de confianza: en medio de un océano de mensajes, que a veces son contradictorios, necesitamos saber en qué o en quién depositar nuestra confianza. Dicen por ahí que los extremos son viciosos y, en este sentido, valdría la pena huir de dos caminos extremos frecuentes: aceptar sólo lo que podemos verificar empírica y racionalmente (escepticismo), porque entonces dejaríamos de tener una vida humana; y el otro extremo, es creer todo (credulidad), porque podríamos vivir siempre en la ilusión y la mentira.

 

En el caso de la fe en Dios pasa lo mismo. Nadie nos puede obligar a creer en un Dios con quien no hemos establecido primero una relación. El camino de la fe se diferencia de estos dos extremos, pues se trata de aceptar libremente que Dios se ha revelado, es decir, que ha dicho cosas sobre sí mismo, sobre el mundo y sobre quiénes somos para Él; y a la vez, creerle y adherirnos con confianza a su persona. Esta relación de confianza en Dios y en su Palabra, es lo que nos proporcionará un mayor grado de felicidad que cualquier otra relación humana.

 

En resumen… ¿qué es la fe?

 

La fe es saber y confiar, y de acuerdo con el Catecismo Juvenil de la Iglesia Católica YOUCAT (Conferencia Episcopal, 2015), tiene siete rasgos:

 

  1. La fe es un puro don de Dios, que recibimos, si lo pedimos ardientemente. 
  2. La fe es la fuerza sobrenatural que nos es necesaria para obtener la salvación. 
  3. La fe exige la voluntad libre y el entendimiento lúcido del hombre cuando acepta la invitación divina. 
  4. La fe es absolutamente cierta, porque tiene la garantía de Jesús. 
  5. La fe es incompleta mientras no sea efectiva en el amor. 
  6. La fe aumenta si escuchamos con más atención la voz de Dios y mediante la oración estamos en un intercambio vivo con él. 
  7. La fe nos permite ya ahora gustar por adelantado la alegría del cielo. 

 

Probablemente ya conoces los caminos extremos, el del crédulo y el del escéptico. Ahora te invitamos a conocer más tu fe y a empezar un camino hacia esta fe que transforma la vida y la hace plena.

 

 

Referencias

 

Conferencia Episcopal de Austria (2015). YOUCAT, Catecismo Juvenil de la Iglesia Católica [12ª ed.]. Austria: Autor.

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La ciencia y la fe

EL CUERPO Y EL ALMA

Para la mentalidad popular el alma o el espíritu es una cosa que el cuerpo lleva y trae como si fuera su simple vehículo. En las películas y en las series de televisión se suele representar al espíritu como un vapor que tiene la silueta y a veces hasta la ropa de la persona que muere. Por el contrario, la filosofía occidental más avanzada, junto con la tradición judeocristiana, subraya la unicidad y la unidad del ser humano; así, las implicaciones de esta idea es la profunda valoración de la persona humana en su integridad: cuerpo y alma.


Para Aristóteles el ser humano es una unidad sustancial de cuerpo y alma. Sin cuerpo humano no hay alma humana y sin alma humana no hay cuerpo humano que viva; es decir, para Aristóteles no existen los fantasmas. Esta opinión es recogida por Tomás de Aquino, a la cual le añade que un alma humana sin cuerpo humano es imperfecta; y en ese caso, la resurrección de los muertos en la que creemos los cristianos implica que el cuerpo y el alma estén unidos de nuevo de alguna forma. Por eso es insuficiente (e incluso incorrecto) decir que tengo un cuerpo, lo correcto sería decir soy corporal.


Para Platón el cuerpo es una realidad negativa, un impedimento para que el alma contemple las ideas eternas, de ahí su famosa frase: “el cuerpo es la cárcel/tumba del alma”. Esta idea se infiltró en algunos pensadores y líderes cristianos de la Edad Media, en algunas ocasiones se llegó a despreciar el cuerpo como sede de lo pecaminoso. Sin embargo, actualmente ya la teología y la filosofía cristiana aceptan la opinión de Platón (de hecho nunca se aceptó oficialmente). Como dijo alguna vez el teólogo B. Häring: “El cuerpo es, pues, para el alma, o compañero de esclavitud o compañero de libertad que le presta inapreciables servicios. Esto tiene su razón de ser en la profunda unidad que une esencialmente al alma con el cuerpo”.

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Conocer la fe

¿EXISTIÓ DE VERDAD JESÚS?

Algunas personas piensan que Jesús es sólo una especie de símbolo de las cosas buenas; otras suponen que se necesita mucha fe para creer en la existencia de Jesús. Pero estrictamente hablando, no se requiere fe para saber que Jesús existió, basta con saber un poco de historia. 


Para Pedro Laín Estralgo (citado por Aguiló, 2013) la existencia de Jesucristo “no es objeto de una creencia religiosa en sentido estricto, sino una certidumbre de carácter histórico, una convicción impuesta por testimonios y argumentos enteramente fiables” (p. 131). 

 

Hay evidencias —fuera de los escritos de la Biblia— de que Jesús existió. Algunos escritores romanos, helenistas y judíos helenistas hablaron y escribieron acerca de las actividades de los primeros seguidores de Jesús, dando por descontada su existencia. Estos documentos fueron escritos en la segunda mitad del siglo I o en la primera mitad del siglo II, es decir, bastante cerca de los acontecimientos relacionados con Jesús. El hecho es que ningún historiador serio duda de su existencia.


Dejando de lado la fe, podemos concluir con lo que escribe Francisco Varo en su libro Rabí Jesús de Nazaret (2018) sobre Jesús: 

 

Fue un hombre que desencadenó una movilización de personas de todas las clases sociales que, con enorme rapidez para la época, se difundieron por todos los rincones del Imperio, hasta el punto de que su presencia no pasa inadvertida a los historiadores generales de pocas décadas después. (p. 126).

 

 

Referencias

Aguiló, A. (2013). ¿Es razonable ser creyente?: 50 cuestiones actuales en torno a la fe [5ª ed.]. Madrid, España: Ediciones Palabra.

Jardón, C. (2013, 23 de abril). ¿Hay documentos históricos sobre Jesús? (en línea). Sitio web #El Nivel 2. Disponible en https://elnivel2.blogspot.com/2009/11/hay-documentos-historicos-sobre-jesus.html

Varo, F. (2018). Rabí Jesús de Nazaret. Madrid, España: BAC Biblioteca de Autores Cristianos.

 

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Conocer la fe

¿CÓMO INTERPRETAN LA BIBLIA LOS CATÓLICOS?

Para desarrollar este tema acudimos a Joe Paprocki (2009), quien resume la forma en que los católicos entienden la Biblia cuando escribe que esencialmente el católico cree que:

 

[…] todo en la Biblia es verdad… pero no necesariamente un hecho. Esta frase no trata de ser engañosa, simplemente señala que a veces la verdad y los hechos no son una misma cosa. Podemos decir que “llueve a mares” para comunicar una verdad sin usar un hecho. Es lo que se conoce como lenguaje figurativo. Hay partes de la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento, que usan un lenguaje figurativo para expresar la verdad de Dios. (p. 22).

 

Así, este autor asegura que los católicos creen que la Biblia es infalible y que no tiene errores acerca de la verdad absoluta de Dios. Pero al mismo tiempo, explica que la Biblia no es siempre exacta cuando relata hechos y añade:

 

Las historias de la Creación en el Génesis no tienen la intención de enseñar hechos científicos sobre el origen del universo; lo que sí son es historias verdaderas que nos enseñan la verdad absoluta y esencial sobre la relación de Dios con toda su creación:

 

  • Dios es el autor de todas las cosas y de toda la vida.
  • Los seres humanos están hechos a imagen de Dios.
  • Dios trajo orden al caos.
  • Toda la creación es buena.
  • Se le ha dado a la humanidad dominio (la capacidad de administrar) sobre los recursos de la tierra.

 

De esta manera, el autor citado indica que el católico no tiene por qué escoger entre el creacionismo y la teoría de la evolución y sopesar cada una en las manos, porque sabe que la Biblia revela verdades religiosas y que la ciencia enseña la verdad científica. Sin embargo, necesita de ambas y no ve conflicto entre fe y ciencia. Por eso el católico cree que la Biblia es la palabra de Dios y que todo en ella es verdad, pero no necesita leer literalmente cada renglón de la Biblia para estar cierto de eso. Al respecto, para entender mucho más sobre este tema, es recomendable leer el libro de Joe Paprocki Los planos de la Biblia, de Loyola Press.

 

Tradición y toma de decisiones

 

Joe Paprocki afirma que el católico acude a la Biblia porque busca que la palabra de Dios le sirva de guía para su vida y decisiones, pero también consulta la Tradición de la Iglesia, es decir, acude al Magisterio de la Iglesia, que es su autoridad para la enseñanza.

 

¿Y cómo se hace esto? El autor responde que mediante la consulta al Catecismo de la Iglesia Católica, donde tanto aquellos que se dedican a la enseñanza de la fe como los que simplemente desean vivir la fe debidamente día con día, pueden hallar las respuestas para vivir conforme a la palabra de Dios.

 

Paprocki (2009) señala:

 

Como católicos tenemos la bendición de tener no sólo a la Biblia para servirnos de guía sino también poder ver lo que la Iglesia, bajo la inspiración del Espíritu Santo, nos ha enseñado a través de los concilios ecuménicos, las encíclicas papales, las cartas pastorales y otras fuentes oficiales de enseñanzas de nuestros obispos (Magisterio). (p. 23).


Por último, el autor destaca la relevancia que tiene para los católicos saber que tiene en la Biblia y en la Tradición de la Iglesia las verdades reveladas por Dios:


Es importante porque significa que no vivimos pensando que tenemos todas las respuestas en un libro. Significa que reconocemos el movimiento del Espíritu Santo guiándonos como Iglesia para encontrar la verdad a través de la palabra de Dios, que nos llega a través de una Tradición viva. (Paprocki, 2009, p. 23).

 

 

Referencias

 

Paprocki, J. (2009). Una fe bien construida: guía católica para conocer y compartir lo que creemos. Chicago, Estados Unidos de América: Loyola Press.

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Conocer la fe

¿EN QUÉ SE PARECE UN ATEO Y UN CREYENTE?

En su libro Introducción al cristianismo Joseph Ratzinger escribió, antes de ser Papa, que “nadie puede sustraerse totalmente a la duda o a la fe. Para uno la fe estará presente a pesar de la duda, para el otro mediante la duda o en forma de duda” (Ratzinger, 2016).

 

Entonces, hay sólo dos tipos de personas a las que les preocupa todo lo que se relaciona con Dios: el no creyente y el creyente. El no creyente se preocupa por encontrar argumentos que nieguen la existencia de Dios. El problema de Dios, muchas veces, es un asunto fundamental para el no creyente: tiene que apuntalar todo el tiempo, a nivel teórico y práctico, su ateísmo y su gran tentación es creer, su tentación es la fe (¿y si es verdad la fe?).

 

El creyente, por otra parte, vive para servir mejor a Dios y su problema fundamental es el cómo hacerlo, por lo tanto, su tentación es no creer, su tentación es la incredulidad (¿y si no es verdad la fe?).

 

Para ambos tipos de personas ceder a la tentación que se les presenta haría derrumbarse su cosmovisión, el fundamento de su vida.


La vida del creyente no es sólo hacer tranquilamente afirmaciones irracionales y sin pensarlas, siempre hay espacio para la duda: ¿cómo seguir afirmando una realidad que no puede ver, escuchar, palpar y que por definición no puede poseer? Aquí entra en juego la libertad del hombre: el creyente no cuenta con una evidencia aplastante con la que ya no sería libre de dudar —por la fuerza de la misma evidencia— y que sin embargo libremente acepta creer.


Tampoco debemos ser tan ingenuos y pensar que la vida del no creyente es simplemente negar la fe; no, el verdadero escéptico (si lo es hasta sus últimas consecuencias) lo es también respecto de su propia incredulidad. Por eso siempre queda espacio para la duda y para la angustia que más o menos pueda experimentar el escéptico o el ateo, según se tomen en serio sus dudas.

 

Resulta más o menos cómodo comportarnos como si sólo existiera el nivel 1 (de los objetos). Es un poco más sencillo ser esclavo de la evidencia, esto es, dejarse llevar por lo que vemos, oímos y palpemos o, aunque no lo entendamos bien, por lo que aseguran los científicos. Frente a una ecuación matemática no existe la libertad de elegir: yo no puedo decir que la ecuación de la circunferencia sea en realidad una línea recta porque no estoy de buen humor. La evidencia no necesita la libertad.

 

 

Referencias

Ratzinger, J. (2016). Introducción al cristianismo [16ª ed.]. Salamanca, España: Ediciones Sígueme.