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De vivir la fe

LOS CATÓLICOS QUE SE CREEN MÁS.

“Qué oso andar en transporte público donde la gente huele mal, como que uno no se puede sentar cómodo; neta, no sé cómo le hacen y así sin aire acondicionado ni nada, ¿ya sabes? Yo mejor llamo a mi chofer esperando que me traigan la suburban, no uno de los coches viejos”.

Cada quien, en su mente, le habrá puesto al anterior enunciado el acento fresa que corresponde y se habrá molestado de sólo pensar en esas personas que tienen estas actitudes con los demás, a todas luces pedantes y prepotentes.

¿A quién no le ha molestado escuchar hablar a aquel que pareciera que su riqueza le ha alejado de las realidades de millones de personas, que además cree que eso le hace más valioso, que supone que la tendrá siempre y, más grave aún, que no se le ve interés en ayudar y prefiere mantenerse alejado de los nacos?

Es por todos sabido que muchos han trabajado años para lograr sus fortunas, otros fácilmente las han recibido por herencia, pero sea cual sea la razón, es admirable ver a aquellos que, teniendo grandes riquezas, son agradecidos con Dios y las circunstancias que los han llevado hasta dónde están y quieren ayudar a sus semejantes.

La idea de no merecer lo que se tiene es lo que yo llamaría pobreza de corazón, porque se puede ser millonario económicamente hablando, pero sumamente pobre de corazón, sabiendo que siempre Alguien más hizo que sea lo que es, o tenga lo que tiene, y se debe ser agradecido por amor a Ese Alguien.

Por otro lado, también se puede ser pobre económicamente y tener un corazón pedante y prepotente; pero también ser pobres y tener un corazón muy dadivoso y hasta dar lo que no se tiene.

A mí se me antoja decirle al rico algunas frases como: “úntate más de los pobres para que conozcas lo que viven”, o “deja de mirar a los pobres por encima de tu hombro, ¡que ninguno es menos que tú!

Creo que con más frecuencia de lo que parece, nos pasa lo mismo a los católicos en lo espiritual y por eso hará falta “untarse” más de aquellos más pobres en su espiritualidad, moralidad y amor por Dios.

Así como fastidia el tipo rico del ejemplo, fastidia y aleja el hombre “muy santo” que no se junta con los pecadores, que no los escucha y se escandaliza, que no ayuda ni se conmueve, que mira por encima del hombro, que juzga y se cree mejor que los demás.

Hará falta reconocer que lo que se tiene ha sido dado por amor, no porque se merezca. Hará falta, entonces, “untarse” de quienes no conocen Ese Amor que tanto bien nos ha hecho, justamente para que otros lo conozcan.

Hará falta, asimismo, salir un poco más en “transporte público” y dejar de andar en nuestros “coches de lujo”, para ver desde donde ellos ven y poder ayudarlos a salir de su tristeza.

Hará falta que el corazón se haga más pobre, más sencillo, más capaz de entender y se lance a buscar a los difíciles de “convencer”.

Hará falta, pues, que nosotros como evangelizadores pobres de corazón tengamos siempre presente la frase de Nuestro Señor: “No necesitan de médico los que están sanos sino los enfermos, no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mc 2,17).

Hará falta que dejemos nuestro círculo de predilectos y de perfectos que siguen los mandamientos al pie de la letra, para ayudar a otros a que los vivan por amor, como quien se ha sabido muy amado. ¡Hará falta salir, escuchar para comprender y mirar para hacer que se sientan amados!

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