¿Has estado alguna vez enamorado? Mejor aún… ¿Ha estado alguien enamorado de ti?
Si asientes a cualquiera de las dos preguntas, habrás sentido lo que es tener la confianza en otra persona al punto de casi no necesitar nada, para seguir a esa persona a donde vaya. Confiar en que la persona que te ama quiere siempre lo mejor para ti, hará que el corazón no escatime esfuerzos para seguir aquello que el otro te sugiere, porque sabes que es lo mejor.
Si tu esposo, esposa, novio o novia te recomienda, por ejemplo, una receta de un platillo delicioso que probó, sin duda la seguirás al pie de la letra por la confianza que le tienes. O si en cambio, tu mamá te habla de valores importantes para la vida, también porque sabes que siempre quiere lo mejor para ti, confías, le crees y sigues sus indicaciones, aunque a veces no sea lo más cómodo de seguir, incluso, como nos ha pasado a muchos en la adolescencia, reniegas de esas órdenes.
Así pues, cuanto más amado te sabes, más confías en aquello que quien te ama busca para ti. Hay todavía otra variable. Aunque un ser humano te ame inmensamente, tiene un margen de error por el solo hecho de ser humano. Sin embargo, Dios es un papá, es la verdad misma y no se equivoca… y lo mejor, te ama como nadie más puede amarte. Así que, cumpliendo con estas dos condiciones, ¿qué razones tendríamos para no creerle lo que nos indica que es mejor para nuestra vida? Dice la Segunda Carta de San Pablo a Timoteo: “Yo sé en quién tengo puesta mi fe” (2Tm 1,12).
Los mandamientos, que con frecuencia hemos visto como una lista de restricciones, se convierten bajo esta visión en el GPS para una vida plenamente feliz, un mapa dibujado por quien más sabe y mejor te ama de todo el universo. Aquel que ha dado su vida por ti en una cruz, renueva la certeza de que vivir así, no sólo te hará feliz a ti, sino que será también la felicidad de Él, y el mayor bien para los que te rodean.
Jesús no te pide cumplir por cumplir, como muchas veces creemos. Jesús nos pide que nos dejemos amar, que nos dejemos encontrar por un amor que sobrepasa todo, que nos dejemos mirar a los ojos por Él para que nos diga que sólo quiere nuestra felicidad. De esta mirada es que se nos antoja seguirle y obedecerle por amor. De una mirada que te comprende, te acoge y te enseña a amar más y mejor, es que la vida se va transformando en una vida como la de Cristo, que pasando por la cruz del día a día, encuentra el gozo y la alegría de dar todo por los demás.
San Agustín decía en sus Confesiones (10, 20, 29): “¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de ti” (La Santa Sede, 2020).
Referencias
La Santa Sede [sitio web] (2020). Catecismo de la Iglesia Católica (en línea). Disponible en http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p3s1c1a2_sp.html